lunes, 5 de septiembre de 2011

¡Ay, qué duro es empezar!

De vuelta tras un largo parón en el blog... Ya sabía yo que esto de la constancia no es lo mío...
En fin, no me gusta tirar de refranes, pero como dicen que el que la sigue, la consigue, voy a seguirle, a ver si es cierto.

Yo hoy quería hablar un poco de los inicios en esta profesión. Cuando uno sale de la carrera, o se decide a aplicar todo lo aprendido un tiempo después, se cree el amo del mundo, que lo puede hacer todo. PUES BIEN, AMIGOS  Y AMIGAS (creo que tengo más de esas últimas)... NO ES ASÍ.

En esto de la traducción, hay que saber elegir qué trabajos aceptar y cuáles no, y ya desde el principio. Y si no te lo planteas, lo que empezaste como un trabajo apasionado puede llegar a convertirse en un trabajo monótono y aburrido que acabarás aborreciendo...

En mi opinión hay varios factores que influyen para tomar esta decisión:

1. No digo que haya que ser un experto en el tema, pero al menos el traductor debe tener unos ligeros conocimientos sobre él... Acuérdense que los tiempos que nos dan son muy limitados, y uno no puede absorber un tratado de química, o de automóviles, o de filosofía kafliana en unos pocos días mientras hace la traducción.

2. El tiempo. Sí, yo sé que para nuestros clientes, todo es para ayer, y que somos muy buenos, y que sí, podemos traducir quiés sabe cuantas palabras por día... pero también hay que comer, descansar, divertirse, relajarse... en fin, ¡hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar!

3. Finalmente, y lo digo por experiencia, este punto va unido al primero. Si bien es cierto que no podemos ser expertos en todo, podemos ir aprendiendo poco a poco de varios temas pero, por más que nos empeñemos, si un tema NO TE INTERESA EN ABSOLUTO, jamás vas a poder hacer una buena traducción, aunque sea un manual de impresoras, o un libro sobre jardinería... La traducción implica ponerle pasión a tu trabajo, y sin interés, no hay pasión.